A diferencia de lo que ocurre con las autovías de las comunidades vecinas de Navarra y Cataluña, la nuestra no tiene ni una sola completa. Ahora nos venden el 2030 como el año del acabose, con la impresión de que nuestro gobierno central podría mentirnos una vez más, y la convicción de que no se ha interesado nunca —mejor muy poco o nada—, por Aragón.
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Los alcaldes de Huesca, Monzón, Barbastro, Fraga, Jaca y Binéfar, las principales poblaciones de la provincia de Huesca, urgen a que se acaben las autovías antes de 2030. Faltan siete años, pero no se ve fácil, por el ritmo llevado hasta ahora. Se trata de la A-21, la A-22 y la A-23, que tienen tramos sin finalizar después de más de veinte años de obras.
En la A-22, que une Huesca con Lérida, está pendiente el
último tramo, el de Siétamo, previsto para el 2021 pero que se piensa que no
estará hasta el 2024. En la A-21, hasta el límite de las provincias de Zaragoza
y de Navarra, quedan los tramos entre Puente La Reina y Fago y el que une
Sigüés y Tiermas.
En la A-23 quedan las variantes de Sabiñánigo y de Jaca y los 8 kilómetros licitados entre Lanave y Sabiñánigo, que ahora deberán salir a concurso por 115 millones y un plazo de ejecución previsto de 59 meses, casi cinco años. Cuando se concluyan esas obras habrán pasado 30 años desde el inicio de las mismas en el puerto de Monrepós.
Aragón ha denunciado sufrir un agravio intolerable durante
décadas, por falta de inversión en la red de carreteras. Se programaron aquí otras
autovías que no pasaron del estudio inicial, como, por ejemplo, la del Jiloca o
la de Cuenca-Teruel, que ya nadie menciona ni recuerda. Como un mal sueño.
JACATIMES
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