‘Las arañitas del árbol de Navidad’ es una leyenda alemana que suele contarse a los niños por estas fechas en aquel país, junto a la chimenea. La que ofrecemos hoy es una versión manipulada, sustituyendo algunos personajes originales por otros de literatura juvenil del libro ‘La mansión del acantilado’ que presentamos aquí hace unos días.
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Querían darle una
sorpresa cuando volviera, justo para la Nochebuena, de una de sus exploraciones.
A él y a su media docena larga de nietos. Colocaron el árbol al lado de la
chimenea porque habían oído que a Papá Noel le gustaba colarse por allí para
entregar sus regalos. Los chicos decoraron el árbol con piñas pintadas y frutos
de brillantes colores. Escoba en mano, dejaron todo reluciente para noche tan
especial. Luego se fueron a dormir tranquilamente.
Entonces se deslizaron
por sus hilos, bajando hasta el árbol para ver de cerca aquellas maravillas. Se
pasearon arriba y abajo admirándolo todo, tocando los adornos con sus patas y
dando tantas vueltas alrededor del árbol que, al final, quedó envuelto en
telarañas, perdiendo así todo su brillo y esplendor.
El caso es que Papá
Noel llegó para dejar sus regalos y se rio y se alegró mucho de ver tan felices
a las arañas. Sin embargo —pensó—, todos se pondrán muy tristes por la mañana,
contemplando su preciosa obra, su árbol de Navidad, sucio, enmarañado y gris.
Decidió preguntar a las
arañas si querían quedarse en el árbol para siempre. Algunas dijeron que sí y
otras decidieron volver arriba, a la seguridad de su nido. Papá Noel sopló
sobre el árbol y las que decidieron quedarse se convirtieron en arañitas
doradas, esferas de colores y brillantes estrellas, y sus hilos de telaraña en
bonitas y brillantes guirnaldas que colgaban de las ramas del árbol, haciendo
que este pareciera aún más hermoso y resplandeciente a los ojos de los niños.
Desde entonces, en muchas casas adornan así su árbol de Navidad.
FG / JACATIMES
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