Jesucristo Resucitado mueve toda la historia desde la vida y hacia la vida; la atrae con un inédito poder vivificante. Mirando hacia atrás, contemplamos la historia como proceso de salvación. Con la resurrección, todo adquiere un nuevo dinamismo. Todo queda radicalmente sanado y orientado hacia la meta.
RESURRECCIÓN DEL SEÑOR | Murillo |
Recordamos con agradecimiento todas las maravillas que el
Señor ha realizado: la creación, la elección, la alianza, la liberación de
Egipto, la ley, los profetas, la inspiración de libros históricos, poéticos y
sapienciales de la Sagrada Escritura, la vuelta del destierro, la encarnación,
el anuncio de la llegada del Reino y la llamada a la conversión, la pasión y la
muerte de Jesucristo.
San Pablo nos advierte: “no hay proporción entre el delito
y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la
gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han
desbordado sobre todos” (Rm 5,15). “En resumen, lo mismo que por un solo delito
resultó condena para todos, así también por un acto de justicia resultó
justificación y vida para todos” (Rm 5,17-18).
Todo brota del manantial de Jesucristo Resucitado, como un
río creciente, como un torrente de aguas caudalosas: la efusión del Espíritu
Santo; la inspiración de los libros del Nuevo Testamento; el impulso misionero
de la Iglesia; la vida sacramental; el anuncio explícito de la persona, la
obra, las palabras, los gestos y hasta los silencios de Jesús; el
reconocimiento de la salvación en Cristo.
San Pedro proclama ante los jefes del pueblo, los ancianos
y los escribas de Jerusalén: “no hay salvación en ningún otro, pues bajo el
cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos”
(Hch 4,12).
Y san Pablo escribe a los cristianos de Filipos: “Por eso
Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo
que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el
abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”
(Flp 2,9-11).
¡Feliz Pascua!
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