Un día difícil. Las flores de la nueva estación son las bombas del sátrapa asesino, las últimas mascarillas de la pandemia cubren cualquier intento de sonrisa, y la música de la primavera es un réquiem por los muertos que el criminal va sembrando en un país que solo quiere ser libre.
EFEGE |
Un poder sobrehumano, un dios menos cruel que el nuestro,
podría restablecer la primavera que deseamos en un escenario donde ni la ONU ni
la OTAN ni la UE ni tantas estructuras rimbombantes aportan otra cosa que palabras vacías e
intenciones tan inútiles como ellas mismas, sin comprometer su cómodo estatus.
A pesar de todo, a pesar del caos y por encima de él, la
primavera llegó puntual el domingo, como habían anunciado los meteorólogos,
poco después de las cuatro y media de la tarde. En nuestros parques, macetas y
jardines, en cualquier rincón, nos regaló, en silencio, la alegría tan necesaria
de las flores. Dejó que los almendros, madrugadores, decorasen de color sus ramas invernales y permitió que una brizna de vida, una delicada flor, naciera en
cualquier grieta de cualquier piedra de nuestras montañas, allá bien arriba,
como un desafío a tanta sinrazón.
Enseguida, con mayor visibilidad, el 5 y 6 de mayo, las Eta
Acuáridas, en una noche con la luna en cuarto menguante, por lo que no brillará
mucho, facilitando la observación de este espectáculo que dejará ensimismado a
más de uno con ganas de mirar al cielo.
A la primavera, una estación de sol, alegría y flores, le
puso música un pelirrojo inmortal, el veneciano Antonio Vivaldi. Aquí queda
para deleite de quien sepa disfrutarlo, en poco más de tres minutos.
Dentro de lo posible, ¡feliz primavera!
FG / JACATIMES
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